Aún no conoce el castellano para explicar con precisión por qué hace tres años cruzó el mundo para ayudar a desenterrar los cuerpos de unas personas con las que nada tenía que ver. Pero cuando le preguntan qué sintió en la primera fosa de la Guerra Civil que vio, Toru Arakawa, japonés de 70 años, llora como un niño.
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