El Rey puso cara de circunstancias cuando Muammar el Gaddafi, como acostumbra a hacer con sus huéspedes, lo tomó del brazo y lo introdujo en el palacio de Bad el Ezeia, atacado por orden del entonces presidente de EE UU, Ronald Reagan, en 1986. El líder libio se ha negado a reconstruirlo, por lo que se abrió paso entre cascotes y escombros, mientras mostraba a su huésped, en medio de lo que debió ser el salón, los restos del tren de aterrizaje de un caza estadounidense derribado.
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